El peregrino miro hacia la pequeña luz que quedaba encendida esa noche en la periferia de ese desconocido pueblo.
Uno como tantos que sus pies habían pisado. Casas bajas, ventanas indiscretas, miradas inquisitivas.
Golpeo y salio una mujer de rostro cansado, que lo invito a pasar sin preguntarle nada.
Luego de una frugal cena, a la luz de una vela pobre, puesta en un viejo tarro de mermelada, ella se levanto sin musitar palabra alguna.
Paso un tiempo en que el hombre paseo su vista por la casita humilde, de paredes opacas, y piso de material.
Una como tantas de pueblos como tantos.
La dueña volvió con un recipiente de agua tibia, y se arrodillo a sus pies.
Con mano firme, pero sensible, le lavó los pies, y luego las piernas.
El la acaricio con mano agradecida, y ella le correspondió desabrochando su camisa.
Las sombras se fueron aclarando y la vela se fundió solemne, hasta que al final, al amanecer el peregrino vistió su historia y salio al camino.
Solo cuando era un punto borroso, la mujer se asomo a la puerta, y balbuceo para si misma:
-No tardes otros cinco años en volver-
El viento le contesto enfriándole la cara.
2 comentarios:
Aunque pasen cinco años, esos encuentros faltos de palabras y artificio, son inolvidables, muchas veces isustituíbles. Besotes.
Querida M, es verdad, solo la despedida parece a veces el mas adecuado de los desenlaces.No hace falta mas.
Tene siempre vigilado el piso de arriba, por si el vecino decide mudarse.
besotes.
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