Ausente el sueño, dispongo mis ojos a enfocar paisajes.
El animal que guarda un dueño, enfoca sus orejas en la lejanía, mientras dos manos femeninas acarician el contorno de mi cara,
La casa se llena de luces cegadoras, de esas que son luces comunes, bajo la tiranía del sol.
Puedo ver entonces las sombras que todo lo empaquetan, y salgo sin rumbo en la cerrada noche.
Las calles son mas largas a esta hora, los ruidos más fuertes, y así todo.
Sobre la cima de un amor, dos pibes se miden la hombría a golpes, los dos van a perder, dejando paso a un eventual tercero. La piba lo sabe y no lo dice, es en vano.
Más allá corre un río de alcohol, escondido detrás de una humareda. Las risas son entonces bardas que enfocan el curso del líquido.
Casi no logra equilibrio ese del rincón, que evacua sus efluvios sin saber de que manera.
Envidio su estado, tan parecido a la actividad onírica, que no puedo conseguir.
Golpetea lejanamente un ritmo electronico de brazos levantados y bocas secas.
Una mesera mira su reloj y ve tres horas que aun no corrieron en su muñeca.
En una vidriera dos maniquíes montan show de modas para nadie que pasa.
En otra, nadie ve las ofertas del último best seller.
Doblo en una esquina, para no ir en contra del protocolo, y el mar me cuenta un par de cosas, secretos líquidos, gritos de salitre, murmullo de olas.
El frío de la madrugada me invade, o se siente como en casa, y yo resisto estoicamente un poco más.
Después, me dejo vencer por el cansancio y vuelvo a las sombras, las luces, y las manos.
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