Ayer hacía calor, mucho, casi agobiante, cuarenta y dos grados de calcinante pesadez, más aun para un patagónico acostumbrado al sol sin tibieza del invierno.
Ayer sin embargo, yo tenía una profunda calma, y el alivio del mar deviniendo en mi piel, humedeciendo mis poros, enfriando el táctil sentido de mis cosas.
Ayer pasaban señoritas, livianas de ropa, semidiosas de lentes de marca y sonrisa de estrella pop.
Ayer me tome un helado en una heladería para no ir en contra de ningún protocolo, y aunque parezca un acto rutinario, lo disfruté con intensidad.
Ayer transpire de lo lindo mientras transitaba el camino de vuelta a la casa, lógico que cuando llegué, me senté bajo el árbol y después de regar el patio, me dispuse a degustar el amargo mate que suele ser tan placentero, mirando la pared medianera como si fuera una quimera lejana.
Ayer se fué lento, al cansino paso del sol, que sabedor milenario de su efecto, se descarga inclemente sobre la siempre desprevenida tierra.
Pero bueno…
Eso fue ayer. Hoy, que esta fresquito, casi apropiado para el disfrute patagónico, que las nubes contienen la salvaje naturaleza del sol, que la tierra esta atenta; hoy me levante con ganas de pensarte, y eso malogra los planes mas divinos.
1 comentario:
Ah, la Patagonia. Algún día me haré tiempo para recorrer la ruta 40 de punta a punta. Dicen que es hermosa. Alguna vez experimenté la desolación del paisaje, en Jujuy, en Santiago. Pero dicen que allá es mucho mayor. Veremos.
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