Se lo nota incomodo frente al magistrado, nunca estuvo ahí, expuesto y vulnerable.
Acostumbrado a la penumbra le pide vanamente sombras a la luz, mientras escucha cómo un joven de voz fina, inútil advenedizo de la lacra que alguna vez persiguió, lee unas acusaciones que no logra entender.
Está turbado, no recuerda ese asesinato, fueron tantos…
Casi mecánicamente, desfilan por su mente recuerdos insurgentes, de rostros sucios, suplicantes, miedosos, cansados.
Cada una de esas caras fue a parar hace ya muchos años a alguna olvidada fosa, o al fondo de algún río, o al fondo del mar.
Se siente en inferioridad de condiciones, después de tantos años, su memoria ya no es la misma, y la monótona voz del abogado, es como un molesto insecto que insiste en perturbar su ya confundido reducto de silencios.
Atrás están ellos, lo sabe, no los ha visto, pero sabe que están, son parientes.
Madres, padres, esposos hijos, etc. Todos enfurecidos, provistos de un rencor tan antiguo como persistente.
De pronto se da cuenta de su situación de viejo y con ella llega una desconocida sensación, el miedo.
Es posible que al fin después de tantos años, estos patéticos cobardes logren conseguir alguna pena para el y lo manden a la cárcel, para que pase allí sus últimos años.
El abogadito sigue hablando finamente y sus constantes palabras, le empiezan a sonar cada vez más tangibles.
Sus arrugas, acuchillan su rostro y cada uno de esos tajos se bifurca en otros como un río de sangre que da paso a otros, o como muchas manos con sus dedos clavados desesperadamente en su reseca piel.
Es en ese momento cuando se despierta otra certeza, esas arrugas, su cercanía con la muerte, sus años de impunidad no son enemigos, sino aliados de sus crímenes.
La justicia en su lento accionar, ha tardado tanto ya que los pocos años que le quedan no alcanzaran para pagar su infamia.
Es tan claro, tan preciso todo ahora, se siente indestructible. Inmune a los que lo desprecian.
Envuelto en ese nuevo estado de impunidad, se da vuelta para verlos, y cuando encuentra sus ojos, se ríe a carcajadas.
Nada suena en el recinto, su boca no ejecuta gesto burlón alguno, pero sus ojos…
Sus ojos gritan anunciando su nueva victoria.
El paso de los años, que tanto despierta mi curiosidad y simpatía, hoy, mirando a este asesino, se me antoja repulsivo, hereje, insoslayablemente maligno.
2 comentarios:
Es increible pensar que las arrugas que marcan sus años son las de cualquier abuelo, como las de esos que acompañan a sus nietitos a la escuela o empujan sus hamacas en la plaza...
que dificil asociacion cuando el vendaval de años impunes los enmascaran en gestos fragiles, tan cercanos a lo perecible...
Reincidencia como ya lo dije. Paso por aca a leer un rato.
Siempre un gusto
La ironia mas macabra, es que ellos mismos son abuelos, y empujan hamacas con las mismas asesinas manos.
Creo que si queda alguna esperanza, es que la condena social se haga tan eterna, como el daño que han provocado.
Desde ya, agradezco y celebro el privilegio de la reincidencia.
Muchas gracias por pasar.
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