jueves, febrero 26, 2009

Pequeño Mundo

Bailaba amalgamada con el fuego, trazando líneas tan irregulares, como las de las llamas.
A trasluz, se la veía descollante, imbuida en ese desenfreno autista, tan pagano, que desde mi privilegiada posición de espía, sentí celos del fuego.
La arena se desarma placenteramente bajo sus pies, agregando al cuadro un paisaje mas de belleza mancillada.
Cuando al fin cayó en mis brazos, extasiada, su cuerpo exudaba sales y humo, como un exquisito manjar puesto en la cueva de un hambriento lobo.
No quiso seguir amando al fuego, que se extinguió de tristeza.
Para la mañana, la magia se había ido, cual circo que deja un claro para dar paso a los arbustos. Fue entonces cuando despertó de su letargo y salio caminando.
Al sonido del mar solo se le agregaba algún graznido de gaviota, hasta que su mano apretó la mía con fuerza.
“No dejes que pase este verano” me dijo.
Todos los días miro al sol pidiendo que retrase su caída.