Dispersos por las calles caminan como si fueran almas normales, ríen trivialidades con maestría, se comunican fácilmente con el resto de los mortales.
Si no se los mira fijamente a los ojos, no se notan los remiendos del espíritu.
A veces, en medio alguna intrascendente charla, se queda alguno en silencio, como reflexionando. Pero solo es un ataque de nostalgia, fácilmente detectable por la humedad insoslayable de sus pupilas.
Selección de quebrados, amasijo de golpeados, ejercito de dolientes que resisten porque no les queda otra.
La muerte seria otro paso en falso, por lo que deciden pasar inadvertidos, paso a paso desandar este eterno invierno del alma.
Que paradoja el hecho de que uno los detecte a simple vista; será que alguna vez ese invierno nos hundió hasta las orejas en la nieve del desamor.
O quizás la primavera no se siente tan reconfortante como prometía.